En el Día Internacional de la Mujer, nuestra socia Glòria Raich de Castro comparte con nosotros su experiencia profesional como abogada en uno de los principales despachos del panorama legal español.
¡Muchas gracias, Gloria!
El ejercicio de la abogacía requiere organización (para dar la mejor versión de cada uno en cada momento), perseverancia (para conseguir los objetivos que nos fijamos en cada asunto), esfuerzo (para estudiar y revisar incluso lo que damos por sabido) y serenidad (para aprender a priorizar), además de empatía, que es una aptitud que no valoramos suficientemente hasta que nos encontramos con un interlocutor que carece por completo de ella.
Así que para mí, trabajar en un despacho como Ramón y Cajal, exige un despliegue absoluto de estas aptitudes que, todo sea dicho, las he visto (y aprendido) de muchos de mis compañeros y compañeras, de modo que nada me hace pensar que un sexo esté más predispuesto que otro para hacer carrera en un gran despacho. Ello no obstante, es innegable que existen grandes disparidades en los indicadores de género en el sector legal en general, y en el mundo de los despachos en particular (con notables excepciones), pero estoy convencida que es solo cuestión de tiempo, pues las abogadas jóvenes vienen con fuerza y perseverancia, y ello es objetivamente apreciado por los entes con facultad de decisión del entorno legal.
Han sido muchos años de trabajo, constancia y aprendizaje (teórico y práctico), y seguirá siendo así, pues creo que esta es la esencia del abogado.
Mis inicios, so pena de parecer erráticos, me permitieron conocer muchos abogados, con sus respectivas formas de trabajar, lo que sin duda enriquece. Mi primer contacto con la abogacía fue como estudiante en prácticas en el Departamento de Derecho Administrativo de Uría Menéndez. Tan pronto como finalicé la carrera de Derecho, me incorporé como abogada a tiempo parcial en el Departamento de Derecho Laboral del mismo despacho, y ello mientras terminaba la carrera de Administración y Dirección de Empresas. Una vez finalizados los estudios, me incorporé a tiempo completo en el Departamento de Derecho Mercantil, pero corría el año 2009, con una crisis incipiente y, lamentablemente, no pude vivir la máxima efervescencia de ese departamento. Este contexto condicionó mi devenir profesional, pues a pesar de que tenía alma de abogada mercantilista, opté por el Derecho Laboral, que todo sea dicho, me fascinó en la práctica, además de haber encontrado a allí a grandes profesionales que, a día de hoy, son amigos. A los cinco años, me llamaron para hacer una entrevista en Ramón y Cajal, y el entusiasmo que percibí fue tal, que no me lo pensé dos veces y me uní al Equipo (en mayúsculas). Y hasta el día de hoy.
Quiero pensar que no. Es cierto que, a título personal, podría enumerar algún que otro agravio que dudo que mis compañeros del sexo masculino hayan padecido (por ejemplo, que un Juez me llamara Señorita en plena vista, faltando a toda norma deontológica y de trato debido), pero no hay mayor desprecio que la falta de aprecio, así que nunca les he dado a estos hechos más importancia de la que merecen, que es ninguna.
Pero lo que sí que creo es que, en su caso, estas “desventajas” pueden ser muros individual o colectivamente construidos. Por ejemplo, no hace mucho, era el propio pensar femenino (seguramente sostenido por eso que se denomina presión social) el que sostenía de forma autoinmune la convicción de que la maternidad debía sí o sí comportar una renuncia profesional. Las mujeres lo creían, y los hombres lo promovían (aunque soy consciente de que ello puede ser un ejemplo de una falacia de la generalización precipitada). Pero por suerte, y gracias al trabajo de las abogadas que nos han precedido, y de sus colegas de profesión, estoy convencida de que esta tendencia ya está en fase de reversión, gracias también al cambio generacional y de percepción social. Veo entre mis compañeras y amigas de profesión, además de las mujeres que operan en el sector legal en general (cada vez con más presencia en las asesorías legales), cómo predomina la convicción femenina. Esta convicción aporta seguridad colectiva de género, que está a su vez favorecida por la implantación real de las medidas de responsabilidad social corporativa.
Que ni tan siquiera le pase por la cabeza que existen límites, inconvenientes o prejuicios a su desarrollo profesional y personal en el sector legal. Y que si se las encuentra, seguro que puede recurrir a mecanismos internos o externos de solución de conflictos. Dicho esto, también le diría que debe ser consciente de que es una carrera que requiere esfuerzo, organización, perseverancia, serenidad y empatía.